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No más «hibakusha»

El 27 de marzo se comenzó a discutir un tratado para prohibir las armas nucleares. Los activistas de la red por el tratado de prohibición de las armas nucleares, ICAN. Hubo testimonios de aquellos que presenciaron y vivieron los efectos de las bombas nucleares. Toshiki Fujimori, de Hiroshima, Japón, compartió su conmovedora experiencia.

Permítanme compartir mi experiencia de una bomba atómica.

La bomba atómica que lanzaron en Hiroshima cayó a 2,3 kilómetros de donde estaba yo, un bebé de apenas un año. En ese entonces, mi familia tenía doce integrantes: mi abuelo, mi padre, mi madre, ocho hermanos y hermanas y yo. Como ese día yo estaba enfermo, mi madre me estaba llevando al hospital cargándome en su espalda. Caminaba por el borde del río. Apenas escuchó el silbido de un avión e intentó refugiarse surgió una luz enceguecedora y una intensa explosión nos tumbó en el lecho seco del río.

Afortunadamente, había una casa de dos pisos entre la explosión y nosotros que creo que evitó que no nos expusiéramos directamente a los rayos del calor.

Cuando mi madre salió arrastrándose desde el lecho del río conmigo a sus brazos vio un inconcebible mar de fuego, y muchísimo humo flotando sobre el centro de la ciudad. La escuela de niñas a la que iban dos de mis hermanas estaba en medio del fuego. Mi cuarta hermana, que iba en primero de secundaria, había ido junto a sus compañeros a una actividad cerca de la zona cero.

Para huir del fuego mi madre corrió conmigo en brazos a la ladera de la colina Ushitayama. Ahí se encontraron con nosotros mi abuelo y mi tercera hermana, que estaban en casa, y también mi padre y dos de mis hermanas que estaban trabajando, pero mi cuarta hermana no llegó. Dos de mis hermanos y dos hermanas que aún no tenían edad de ir a la escuela estaban lejos de Hiroshima ese día.

La mañana siguiente, mi padre y mi hermana mayor bajaron por la colina para buscar a nuestra otra hermana. Se encontraron con un infierno: la ciudad estaba llena de escombros, heridos sangrando y cadáveres. Por la ribera del río vieron innumerables cadáveres de colegialas. Deben haberse tirado al agua tratando de huir del fuego. Un embalse de troncos estaba lleno de cadáveres flotando en el agua. Siguieron buscándola por varios días, pero nunca la encontraron.

Con el bombardeo sufrí una lesión en la cabeza que luego se infectó. Me pusieron vendas en toda la cabeza, dejando al descubierto sólo mis ojos, nariz y boca. Mi familia creía que yo iba a morir en poco tiempo, al igual que la enorme cantidad de personas que morían, uno tras otro, a nuestro alrededor.

Yo era sólo un bebé de un año y no puedo recordar lo que pasó en Hiroshima aquel día. Quizás ustedes se pregunten cómo puedo hablar de mi experiencia de la bomba atómica.
Cada año, cuando se acercaba el 6 de agosto, mi madre llamaba a todos sus hijos a sentarse alrededor de ella. Llorando, nos contaba lo que pasó aquellos días en Hiroshima. Una vez le pregunté por qué nos seguía contando lo que sufrió con la bomba atómica a pesar de que eran recuerdos tan dolorosos, y me respondió: “porque no quiero que ninguno de ustedes pase por esas experiencias tan terribles”.

No solo mi madre nos contó de su vivencia con la bomba atómica. Cuando era niño estaba sentado bajo unos árboles con amigos y se nos acercó un hombre viejo del vecindario que nos contó su historia del bombardeo. Cuando iba a la escuela primaria, una de las profesoras tenía una cicatriz de quemadura en el rostro y a menudo les contaba su vivencia a los alumnos. Cuando estaba terminando la escuela secundaria, leí muchos libros, poemas, álbumes de fotos y testimonios personales sobre la bomba atómica en la biblioteca. Creo que todas esas experiencias y conocimientos me han nutrido y me han ayudado a formar un recuerdo de la bomba.

Como los recuerdos son tan dolorosos, muchos hibakusha (término japonés que significa: persona bombardeada) han cerrado sus mentes y bocas. Sus historias son demasiado crueles para ser contadas. El daño de la bomba atómica no se limita a lo que pasó el 6 y el 9 de agosto de 1945. Los diabólicos bombardeos han estado atormentado a los sobrevivientes con las repercusiones a largo plazo de la radiación.

Mi tercera hermana perdió a su segundo hijo por la leucemia. En el verano de 1965, 20 años después de la bomba atómica, el niño perdió repentinamente el apetito. Mi hermana tenía miedo de reconocer que los síntomas que su hijo estaba mostrando eran los mismos que ella sufrió inmediatamente después del bombardeo: fiebre alta, sangramiento en las encías e inflamación bucal. Lo llevaron a un hospital y le diagnosticaron leucemia linfática aguda. Entre periodos intermitentes de hospitalización llegó a la edad de ir a la escuela, pero solo pudo ir por 10 días. Murió el siguiente invierno, a los 7 años.

Mi hermana escribió en su diario: “¡Ay, qué estúpida e ignorante fui! Me di cuenta demasiado tarde de los horrores de la bomba atómica. El 6 de agosto, hace 20 años, la bomba atómica abrasó todo mi cuerpo con intensos rayos de calor de miles de grados. Atravesaron mi piel, e incluso quemaron a mi hijo, que nació 15 años después”.
La muerte del niño fue un caso muy conocido de los efectos de la bomba atómica en la segunda generación de hibakusha. Mi hermana también murió joven. A los 56 años, la mató una enfermedad al hígado que suelen padecer los hibakusha.

La bomba atómica atormenta constantemente la vida de los hibakusha, y lo seguirá haciendo hasta el fin de sus días. ¿Si esto no es inhumano, entonces qué sí lo es?

La mayoría de las 170.000 víctimas que sobrevivieron, cuya edad promedio es de más de 80 años, tienen varios problemas de salud. La medicina moderna no puede probar que sus enfermedades se deban a la exposición a la bomba atómica, así que los hibakusha están obligados a recurrir a las cortes de justicia para que se reconozca oficialmente la situación. ¿Por qué obligan a los hibakusha a arrastrar una cruz tan pesada hasta el día de su muerte?

Los llamo a tomar en serio nuestra petición de “No más hibakusha” y dar un firme paso adelante para que logremos un mundo sin armas nucleares lo más pronto posible.

Traducido del inglés por Emilio Stanton

Fuente: Pressenza

Estas ratas gigantes detectaban minas antipersona en Mozambique

La Cricetomys gambianus tiene un gran sentido del olfato, que le permite detectar las minas • Imagen de David Rengel y Álvaro Laiz).
La Cricetomys gambianus tiene un gran sentido del olfato, que le permite detectar las minas • Imagen de David Rengel y Álvaro Laiz).

David Rengel y Álvaro Laiz / Les llaman HeroRats, ratas gigantes africanas que detectan minas antipersonas gracias a su gran olfato. Su reducido peso evita la explosión y, según la empresa APOPO, su precio más asequible permite limpiar terrenos de países africanos sin recursos. En un año y medio descubrieron casi 400 minas de las que se beneficiaron directa e indirectamente unas 44.547 personas, según la empresa.

El Jeep levanta una gran polvareda roja mientras se adentra por el camino que conduce hacia la Universidad de Agricultura de Morogoro en Tanzania. Allí viven y se entrenan las heroínas de Peter Mushi, las ‘HeroRats’: ratas gigantes africanas que colaboran con la detección de minas antipersonas gracias a su buen olfato y su reducido tamaño, que evita la explosión, uno de los principales peligros de la lucha contra los restos de conflictos olvidados.

Peter Mushi, de 32 años, es uno de los cuidadores de los roedores. Había oído muchas historias de accidentes relacionados con minas antipersonas, en su mayoría retazos de la guerra civil de Mozambique, terminada en 1992, donde estas ratas han logrado desactivar minas. La Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Terrestres apunta que, desde 1999, estos dispositivos han sido responsables de 73.576 muertes, sin contar las personas amputadas o con heridas. En un año han sido 5.426 víctimas, y una quinta parte se produce en África.

“Las muertes y lesiones son solo dos de las aterradoras causas de las minas terrestres”, explica Havard Bach, experto en desminado en el Centro Internacional de Desminado Humanitario de Ginebra. “Estos artefactos sin estallar hacen que carreteras, autopistas y enormes extensiones de tierra queden inútiles y sin uso. El miedo persiste durante años después de un solo accidente, frenando el crecimiento”.

Mushi reconoce que odiaba las ratas. Ahora l leva trabajando con ellas casi siete años. Al principio fue escéptico cuando el hombre que concibió la idea le habló de sus futuras compañeras de trabajo. “Pensé que estaba bromeando cuando me dijo que podían olfatear minas y restos de metralla. Me sorprendió que las ratas pudieran hacer una cosa así”.

Bart Weetjensel, cerebro detrás de APOPO (acrónimo holandés que significa Desarrollo de Productos para la Detección de Minas Antipersonas), hablaba muy en serio. Fabricar una mina apenas cuesta un dólar, pero limpiarla exige más de 1.000 dólares.

Muy pocos países se pueden permitir los costes que supone localizarlas y extraerlas según los métodos tradicionales (detector de metales, perros adiestrados…), así que  Weetjensel decidió contribuir a su mayor accesibilidad con un nuevo sistema: ratas gigantes, concretamente la Cricetomys gambianus, un tipo característico del África Subsahariana, de gran tamaño, que puede llegar a los 80 centímetros (cola incluida), con un gran olfato.

Menor riesgo de explosiones y más barato

Descubrió diversos artículos sobre científicos estadounidenses que en los 70 habían trabajado con ratones para la localización de explosivos en aeropuertos. “¿Y si las ratas pudieran hacer eso?”, se preguntó. El sentido del olfato de las ratas es excelente, son nativas de África, las enfermedades tropicales no les causan problemas y su peso es el adecuado, ya que es inferior al baremo de 5 a 10 kilos necesarios para disparar una mina.

Mushi, que supervisa más de 14 ratas, explica que otra de sus principales ventajas es el coste. “Y esto es muy importante en un continente como África; entrenar a una rata cuesta no más de 4.000 euros, aproximadamente un tercio de lo que cuesta formar a un perro”. Las habilidades se adquieren en apenas seis u ocho meses, “un año para las más lentas”, dicen sus entrenadores.

El entrenamiento comienza a las cuatro semanas de vida, cuando son separadas de sus madres para iniciar un proceso de aclimatación a la presencia humana. En la siguiente fase, los instructores enseñan a los roedores a asociar un sonido de clic con algo sabroso: un plátano o cacahuetes. Estas mismas delicias se utilizan como premio cuando encuentran una mina o las bolas de té con olor a TNT con las que se les entrenan. En la fase final, antes de que sean enviadas a Mozambique, se les realizan varias pruebas en los campos de minas que APOPO tiene en Tanzania.

“Fue difícil convencer a la comunidad internacional sobre la viabilidad de las ratas como detectoras de minas”, reconoce el creador del proyecto, que ahora ha sumado entre sus valedores a la Universidad de Amberes y el gobierno belga, junto con más de 30 grupos, entre ellos el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas, la Feria del Desarrollo del Banco Mundial y la Fundación Schwab para el Emprendimiento.

“El método de usar ratas para detectar minas es una realidad que salva vidas”, añade Weetjens. En sus primeros pasos, con cerca de 30 HeroRats acreditadas, han recorrido más de un millón de metros cuadrados de Mozambique y descubierto casi 400 minas y más de 3.000 armas pequeñas y munición u otros artefactos explosivos en un año y medio, por lo que se estima que se beneficiaron directa e indirectamente unas 44.547 personas.

La tarea continúa: la ONU dice que quedan más de seis millones de metros cuadrados aún sin limpiar. APOPO está considerando la posibilidad de que sus ratas se usen en otros países devastados por la guerra, como Angola o Congo. “El beneficio para la población no solo viene por la posibilidad de salvar vidas, también se dan casos de recuperación de terrenos para el cultivo”, dice Weetjens.

Otra lucha: ratas contra la tuberculosis

Cuando Bart Weetjensel vio en un informe de la Organización Mundial de la Salud que las muertes por tuberculosis podrían cuadruplicarse a 8 millones en 2015, comenzó a pensar qué podía hacer para paliar esa desastrosa situación. La enfermedad es especialmente común en el África subsahariana, donde es la principal causa de muerte en las personas con VIH. A pesar de ello, sólo el 1% de las personas con VIH se realizan una prueba de tuberculosis debido a la falta de disponibilidad de una prueba barata, rápida y precisa.

Weetjens recordó que los antiguos chinos afirmaban que podían diagnosticar la enfermedad de la tuberculosis por el olor de la saliva sobre una llama o roca caliente, de una persona infectada. “Si somos capaces de oler la tuberculosis una vez que ha infectado a una persona con nuestros sistemas olfativos poco desarrollados, las ratas y los perros deben ser capaces de olerlo en una etapa mucho más temprana”, pensó. Él y su esposa, Maureen Jubitana, recogieron muestras y comenzaron a experimentar con ratas de APOPO para identificar el olor de la tuberculosis en el esputo humano. “Fue maravilloso comprobar que consiguieron detectarlo”, dijo Weetjens.

En el último año las ratas han analizado 23.624 muestras recogidas de cinco centros de tratamiento y observación en Dar es Salaam. Se estima que los casos detectados en el último año por las ratas de APOPO impidieron 900 muertes y 13.575 nuevas transmisiones, según la empresa.

Fuente: eldiario.es

A una nueva civilización, una nueva espiritualidad

Fernando Alberto García. Photo Pressenza

Pressenza Buenos Aires/ Trascripción de la ponencia presentada por Fernando Alberto García durante el panel sobre cultura y espiritualidad del Segundo Simposio Internacional del Centro Mundial de Estudios Humanistas (CMEH), realizado recientemente en diversos Parques de Estudio y Reflexión, entre ellos, Parque La Reja (Argentina). Seguir leyendo A una nueva civilización, una nueva espiritualidad

Paz Mental, experiencia con el yoga

Javier López/ Fruto de una larga baja laboral de casi nueve meses de la que se puede decir que ya me he recuperado, tomo un primer contacto con el yoga a través del centro cultural de mi barrio, a mediados de enero, dos veces en semana, al módico precio de 38,90 euros el trimestre y una primera y única cuota de matrícula de 6.60 euros. Seguir leyendo Paz Mental, experiencia con el yoga

Manos que miman

Francisco López en su sala de juegos. foto: Javier Lòpez.

Javier López / Hoy me voy a hacer eco de lo importante que es hoy en día, en esta sociedad nuestra tan ajetreada, en la cual no tenemos tiempo de nada, encomendar a buenos profesionales el cuidado de nuestros mayores. Yo les contaré en persona la experiencia superpositiva de mi padre, un hombre muy vitalista y hábil que antes de entrar al Centro de Día, donde lleva camino de cuatro años, a pesar de estar atendido por los Servicios Sociales, pasaba solo y aburrido, muchas horas en casa. Él es invidente, ahora cumplirá en breve setenta y cinco años y desde que pasa su tiempo en el Centro de Día, de nueve la mañana a cinco de la tarde, la vida le ha cambiado para mejor y por ende a mí también. Seguir leyendo Manos que miman